La avenida del Doctor Olóriz desierta al mediodía en plena canícula. Al fondo se intuyen los arcos de Los Cármenes |
Crece la deuda
Finalizando la
temporada 1943-44 se produjo la dimisión del presidente
Becerra Entrambasaguas, después de apenas siete meses en un cargo al que
accedió casi por compromiso y siempre dando muestras de que no le satisfacía.
Le sustituyó su vicepresidente Juan Diego Pérez de Haro, quien enseguida
recibió el visto bueno de la Federación Sur. En el momento del relevo se dio a
conocer que el déficit de la temporada recién terminada ascendía a 140.000
ptas. y que la losa del Granada andaba ya por unas más que preocupantes 300.000
y pico ptas.
Desde la gran crisis que estuvo a punto de
engullir al club en 1936, no se había vuelto a hablar de los problemas
económicos de la entidad, lo cual no quiere decir de ninguna manera que
estuvieran resueltos. La gran alegría del ascenso a Primera y los tres años de
militancia en el máximo nivel habían dejado en un segundo plano las sempiternas
penurias crematísticas de nuestro Granada CF, pero el relevo en la presidencia
ha sacado a la luz en toda su crudeza la triste realidad. El nuevo presidente
se confiesa a Ideal a los pocos días de su toma de posesión y dice que la
situación del Granada es muy delicada. Pérez de Haro desglosa la deuda así: un
crédito del Banco de España que asciende a 200.000 ptas.; una letra garantizada
por antiguos y actuales directivos por importe de 70.000 ptas., cantidad que
sirvió para pagar en su día los distintos arreglos de las gradas y el terreno
de juego de Los Cármenes, así como para la adquisición de jugadores. Aparte, se
deben 115.000 ptas. (nunca las pagará el club) de la compra en 1934 de los
terrenos en los que se levanta el estadio y también (a sus herederos) de las
cantidades que de su bolsillo adelantó el que era entonces presidente, Matías
Fernández-Fígares, para que se pudiera estrenar Los Cármenes, cuyas obras se
eternizaban por falta de monetario. Y además se deben otras 30.000 ptas. a
organismos públicos como Hacienda, Federación y otros, que son ya gastos de la
temporada anterior. Sumando da una cantidad superior a las 400.000 del ala,
montante que en 1944 no era precisamente una minuarria, todo lo contrario, casi
una cifra astronómica para la época que incluso ponía dudas sobre la
continuidad del club a pesar de militar en Primera División.
Pérez de Haro
pone el acento en que es necesario que el Granada cuente con al menos 3.500
socios, número de abonados por debajo de los que tienen otros clubes
equiparables (Castellón, Celta, Coruña, Oviedo), y no los apenas 1.500 (número
de socios que no crecerá en toda la temporada) que hay en la actualidad,
agravada esa escasez por la práctica común entre la hinchada rojiblanca de
darse de baja en los meses de verano para no tener que pagar las cuotas y
acudir cuando va a empezar la temporada siguiente a inscribirse como nuevos
socios, precisamente, dice Pérez de Haro, en verano es cuando más dinero se
necesita ya que hay que liquidar primas y fichas a los futbolistas y pagar
renovaciones, por lo que anuncia que no se van a admitir socios reenganchados
en septiembre sin el previo pago de julio y agosto. Los ingresos por abonados
en un ejercicio apenas llegan a las 140.000 ptas. mientras que las nóminas
importan 300.000 más o menos cada temporada. En definitiva, concluye el
presidente, mientras los ingresos por socios no cubran los gastos fijos, no
habrá estabilidad alguna en la existencia del club.
Rey, Galvany, Martín Pica y Acedo, fichajes para la 44-45 |
Pocos y desconocidos
fichajes
En las arcas
rojiblancas no hay más que telarañas y, por eso, la temporada 1944-45 echa a
andar con las aportaciones de los nuevos directivos -75.000 entre todos- y de
los pocos socios protectores (que abonan sus cuotas de una sola vez) con los
que se cuenta, otras 75.000 aproximadamente.
A mediados de
julio se va perfilando la plantilla cara a la 44-45. En esos momentos han
renovado casi todos los que interesan, incluido el míster Platko. Sólo se ha
dado la baja a Euskalduna y a Conde, y Leal y el granadino Díaz están en
situación de transferibles y en breve abandonarán la plantilla. Sólo faltan por
renovar Safont, Marín y González. Los tres acabarán renovando, aunque González
-la margarita de todos los años (Saucedo
dixit)-, con contrato en vigor hasta junio de 1945, pretextando (falsamente,
según Patria) un inminente traslado a Madrid en su condición de funcionario
temporero de Hacienda, nuevamente quiso plantear un pulso a la directiva en
busca de mejorar su situación económica y dado que había clubes interesados en
ficharlo, y su incorporación a la plantilla, igual que en la temporada
anterior, se producirá cuando falte poco para el inicio del calendario oficial
y previa amenaza de ser declarado en rebeldía.
Los
primeros fichajes llegan también mediado el mes de julio, los dos primeros
vienen cedidos del Sevilla: Acedo, delantero centro que había jugado también
cedido en el Córdoba, de Tercera, una buena incorporación puesto que será
titular y anotará un total de 14 goles entre liga y copa; y el defensa Llano,
que sólo jugará un partido. Después ficha Rey, medio centro y defensa del
Zaragoza que permanecerá seis temporadas como rojiblanco y casi siempre será
titular. A finales de julio el que ficha es Martín Pica, del Celta, también
defensa, que jugará muy poco en su única temporada en el Granada a pesar de
haber fichado por tres años. La última incorporación, ya a finales de agosto,
es la del catalán Galvany, interior de ambos lados que pertenecía al Barcelona
aunque no se había estrenado con la camiseta culé y había estado cedido al
Constancia de Inca, que jugará bastantes partidos y permanecerá cuatro
temporadas ligado al club. Como se ve, se trata de modestos fichajes de jugadores
desconocidos cara a una competición de máxima categoría, y es que manda la
economía y no hay para más. A mediados de agosto empiezan los entrenamientos en
Los Cármenes.
Paco Bru diez años atrás, en 1934, cuando entrenaba al R. Madrid |
Paco Bru innovador
Paco Bru, el
míster del Granada en sus dos primeras temporadas en Primera, fue siempre
alguien a tener en cuenta en el panorama del balompié nacional como jugador,
árbitro, entrenador, secretario técnico, directivo, articulista futbolero y autor
de algún libro, cosas que fue sucesivamente. Es el primer seleccionador que
tuvo la selección española, la Roja, en la olimpiada de Amberes 1920, donde
nació la leyenda de la furia española
y se consiguió la medalla de plata. También fue seleccionador nacional de Perú
en el primer Mundial, el de 1930.
En verano no
hay demasiadas noticias futbolísticas, así que en julio Patria recoge una
entrevista realizada al veterano técnico y publicada por el diario Pueblo, y en
esa entrevista Paco Bru, cuyas opiniones solían ser tomadas en cuenta por su
prestigio de sabio futbolero, dice que el reglamento del fútbol asociación está
anticuado y deben revisarse todas y cada una de las 17 reglas. Alguna de las
innovaciones propuestas por Bru, por entonces entendidas como revolucionarias,
algo más de veinte años después serán normales en el deporte rey, como la
libertad para poder sustituir jugadores a lo largo de un partido. Bru dice que
es injusto que un equipo se vea mermado en sus posibilidades de ganar un
partido por una lesión o por bajo rendimiento premeditado de algún futbolista
enemistado con la directiva (sin duda estaba pensando en ese momento en su
experiencia granadinista con aquel Uría de mal recuerdo). Incluso propone
también la sustitución de futbolistas expulsados aduciendo que no es justo que
la acción reprobable de un jugador repercuta en el equipo al completo. Otras
propuestas de Paco Bru no parece que se vayan a llevar a la práctica, al menos
por ahora: que las áreas sean circulares y el penalti se lance siempre desde el
sitio exacto en que se haya producido la infracción.
Floro, Sosa y Trompi recibieron el homenaje de la afición en un amistoso contra el Málaga |
Pretemporada
El primer
partido de pretemporada, a principios de septiembre, fue un amistoso en Los
Cármenes frente al Málaga, en tercera por entonces, al que entrenaba Paco Bru
por segundo año consecutivo a pesar de que no había conseguido el ascenso. Como
el amistoso homenaje a Millán y González de hacía pocos meses resultó un éxito,
se quiso repetir la fórmula, pero en esta ocasión los homenajeados fueron
Floro, Sosa y Trompi, que se repartieron la buena taquilla que dejaron los más
de diez mil aficionados que concurrieron al encuentro sin importarles el gran calor reinante. Ganó el Granada 2-0.
Se había anunciado que César, Jorge (hermano de Sosa, que jugaba en el Español)
y el delantero centro internacional del Barcelona, Mariano Martín, reforzarían
al Granada en este partido, pero finalmente ninguno de ellos compareció en Los
Cármenes y la alineación granadinista estuvo formada por: Floro; Millán,
González (que llevaba menos de una semana de nuevo en la disciplina del club);
Sosa, Melito, Ramos; Marín, Trompi, Leal, Melul y Mas. Es casi la alineación
titular de la temporada pasada y también de la que estaba por comenzar, con la
excepción de Leal y Melul, que no formarán en el equipo y poco tiempo después
se marcharán, el primero al Córdoba y el segundo cedido al Olímpica de Jaén.
Arbitró el ex recreativista del Once Fantasma Morales y, según las crónicas,
anuló mal dos goles de los malacitanos.
Pocos días
después hubo devolución de visita al Málaga en La Rosaleda y allí los
rojiblancos, con varios del equipo amateur, fueron apalizados 6-0. Otro
amistoso de pretemporada fue un Granada 4 Córdoba 1 (también por entonces en
tercera). Y a mediados de septiembre realizó el Granada una mini gira catalana,
con derrota en Sarriá y victoria en Tarragona.
El Granada que derrotó 2-1 al At. Aviación en la segunda jornada. Forman, de pie: Sosa, Melito, Millán, Mas, Floro y Acedo; agachados: Marín, Trompi, González, Galvany y Sierra |
Empieza la liga 44-45
La temporada
oficial empezó el último domingo de septiembre, como venía siendo habitual en
aquella Primera División de sólo catorce equipos y 26 jornadas. Por primera vez
desde que el Granada militaba en máxima categoría el primer partido fue a
domicilio, en el campo del Sevilla, donde en un pésimo partido los rojiblancos
cayeron derrotados 4-1 dando además una pobrísima imagen.
No
obstante, en la segunda jornada el Granada, vestido con camiseta roja, venció
en Los Cármenes 2-1 a todo un At. Aviación, que seguía preparando Ricardo
Zamora. El catalán Galvany, que se presentaba ante la afición granadinista, fue
el triunfador jugando como lo que se llamaba interior retrasado, es decir,
moviéndose preferentemente incrustado entre los medios. Junto a Galvany también
gustó otro debutante, Acedo, del que dice Saucedo en Patria que es un delantero
de porvenir. Durante la temporada el Granada hizo gestiones para adquirirlo en
propiedad, pero el Sevilla se negó a dejarlo ir.
Una
derrota –previsible- 4-2 en Les Corts fue el resultado de la tercera jornada.
Pero en la cuarta llegó un importante triunfo rojiblanco, 5-1 sobre el Oviedo,
que en esos momentos era el líder indiscutible de Primera y sus tres partidos
anteriores los había ganado, a R. Madrid, Barcelona (en Les Corts) y Español,
sin encajar además ni un solo gol. En un magnífico partido de todo el bloque,
el Granada desarboló por completo al equipo revelación de aquella liga
(acabaría cuarto clasificado) con tres goles de Acedo, uno de Galvany y otro de
Sierra, mientras que los asturianos consiguieron el suyo por un error de Sosa
que marcó en propia meta.
El Granada que cayó derrotado 4-2 en Les Corts frente al Barcelona. Forman, de pie: Galvany, Trompi, Melito, Mas, Millán, García y Floro; agachados: Acedo, Sosa, González y Sierra |
El triunfo
ante el Oviedo dejó al Granada séptimo clasificado y disparó los optimismos por
la forma incontestable en que se produjo. Parecía a estas alturas que se
contaba con un cuadro compensado y que se había acertado con los escasos
fichajes que vinieron a reforzar la plantilla. Y como la jornada cinco era un
nuevo partido en casa ante un rival de los de la mitad baja, el Castellón, todo
hacía indicar que este Granada aún subiría más, y que la delantera Marín,
Trompi, Acedo, Galvany y Mas, podía perfectamente emular si no superar a la
añorada del primer año en Primera, la que formaban Marín, Trompi, César,
Bachiller y Liz.
Pero de eso nada.
Sólo una semana después de la gran exhibición rojiblanca frente al Oviedo, los
optimismos se habían convertido en lo contrario al perder en Los Cármenes 0-2
frente al Castellón en un lamentable encuentro. El Granada fue impotente e
inoperante, aunque gran parte de la culpa la tuvo la lesión de González a los
diez minutos, que obligó a jugar casi todo el partido en inferioridad.
¡Otra vez Gojenuri!
La siguiente
jornada, la sexta, tocaba visita al Sabadell, el farolillo rojo, que sólo había
conseguido un punto hasta el momento, pero una nueva derrota (3-2) fue todo el
botín en tierras catalanas. El Granada fue gran parte del partido por delante
en el marcador, pero los vallesanos le dieron la vuelta al resultado en la
segunda parte.
Lo
más destacable de aquel partido fue que al poco de conseguir el 3-2 los
locales, la sorpresa de futbolistas, público y hasta de los jueces de línea fue
mayúscula puesto que el árbitro de la contienda, el vizcaíno Gojenuri, señaló
el final del partido cuando todavía quedaban ¡¡diez minutos!! por jugarse.
Costó trabajo hacerle darse cuenta de su error, pero finalmente se jugó lo que
faltaba sin que el Granada fuera capaz de conseguir algo positivo.
El Granada derrotado en Sabadell con la inestimable “ayuda” de Gojenuri |
Las
crónicas granadinas hablan de que gran parte de la culpa de la derrota la tuvo
el referí, con sus errores, pero las reseñas de periodistas catalanes dicen que
se equivocó por igual con ambos equipos este trencilla, Gojenuri, muy polémico
siempre y que ya había perjudicado al Granada tres temporadas atrás, en
Vallecas frente al At. Aviación. Tres años después de esta fecha (en la primera
jornada de la 47-48), en Los Cármenes, protagonizará uno de los escándalos
arbitrales más sonados de cuantos se recuerdan en Granada. En Sabadell, el
trencilla vasco expulsó rigurosamente a Melito, que después sería castigado con
dos encuentros, y señaló un penalti en contra de los rojiblancos que los
arlequinados desaprovecharon, además dejó sin sanción un claro penalti en el
área catalana y pasó por alto una agresión a Floro, todo según el periodista
Fran Subirán, de Mundo Deportivo, que escribió la crónica para Ideal.
Después Vilalta
La siguiente
jornada, en Los Cármenes frente al recién ascendido Murcia, que entrenaba el viejo
conocido Antonio Bonet, trajo un nuevo resultado negativo, un empate a un gol,
y nuevamente la prensa local culpó del fiasco al trencilla de turno, en este
caso el catalán Vilalta, al que acusa de anular injustamente un gol del Granada
y dejar sin señalar dos penaltis en el área murciana, pero sin esconder que fue
otro lamentable partido del Granada, del que sólo se salvó, como otras
muchísimas veces, el trío Floro-Millán-González. Los rojiblancos pasaron serios
apuros para poder igualar el tempranero gol murciano, y gracias a que Floro
paró un penalti al menos se conquistó un punto. Saucedo en Patria acusa
abiertamente a los futbolistas de no entregarse, y Fernández de Burgos en Ideal
dice que los rojiblancos se amilanaron ante las brusquedades de los murcianos.
El árbitro catalán Agustín Vilalta Bars |
Ahora Corpas
Ya en la
jornada octava tocaba visitar al otro recién ascendido, el Gijón (así, sin
Sporting, palabra proscrita como todos los términos extranjeros) del recordado
Camilo Liz, duelo inédito ya que por primera vez se enfrentaba al Granada. Era
un debutante en la categoría y hasta el momento sólo había ganado un partido,
por lo que andaba en los últimos puestos de la clasificación. Pero el Granada,
en plena racha negativa, salió nuevamente derrotado 3-1 y pasó a ver de cerca
los puestos de descenso directo al ser superado por el propio Gijón. Nuevamente
las crónicas dicen que parte de la culpa de la derrota hay que achacársela al
referí, en este caso el colegiado Corpas, que por primera vez pitaba a los
nuestros, y que expulsó a Nicola y señaló un dudoso penalti en contra del
Granada que rompió el empate.
La
crónica de Ideal la firma el granadino-asturiano Antonio Crovetto, redactor del
diario ovetense La Nueva España, que
no se corta en decir que el Granada es un conjunto francamente malo. Sólo salva
al trío Floro-Millán-González, y del resto dice que causó una pobrísima
impresión.
La Presa Real, en Cenes, de donde parte la Acequia Gorda |
El agua de Granada
Ustedes ignoran… claro, / de mi visita el
objeto. / Yo, sin sufrir hidrofobia, / estoy –la verdad- que muerdo, / y aunque
parezca mentira / ardo lo mismo que el fuego, / pero tengo la ventaja / de
apagar pronto el siniestro / sin manga, siempre sin manga, / puesto que soy el
cañero. […] Dicen también -¡malas lenguas!- / que practico el «straperlo» / y
que en mi casa no falta / azúcar, aceite, queso, / bacalao, patatas, lomo, /
manteca y carne de cerdo… / y que como pan del blanco. / ¡Vamos, que me pongo
negro! / Dicen que si mi costilla / sale de abrigo y sombrero / y que mis hijos
estudian / bachillerato y comercio… / Pero ¿qué querrá esa gente? / ¿Que
vivamos en el Beiro / lo mismo que los gitanos, / descalzos, con hambre, en
cueros? […] También se dejan decir / -¡les daba a algunos p’al pelo!- / que las
tuberías se rompen / en verano y en invierno, / o sea, por junio en el Corpus /
y en las Pascuas por enero. / ¿Habrá calumnia más grande? / ¡No tienen perdón
del Cielo! / Ni al rico le doy más agua / ni al pobre sin agua dejo. / Lo digo
pa que se empapen / los que hablan del cañero. / Ahora, que le advierto al
barrio, / que estoy –en este plan- dispuesto / a no surtirlo de agua / ni para
cocer un huevo. / A ver si se entera o no / de que soy el amo de «esto»; / que
en el agua mando yo, / y echo agua o echo cieno, / que por algo yo heredé / de
mis papás este «imperio».
Felipe García
Santiago, rapsoda jocoso que solía publicar en el diario Patria allá por los
cuarenta, es el autor del romancillo que va delante. Describen esos versos en
tono festivo a un tipo muy castizo en la Granada del ayer, hoy ya desaparecido:
el cañero, nombre que le venía de su oficio, que era, a cambio de un pequeño
óbolo que pagaban los usuarios, el de cuidar y reparar las cañerías por las que
discurrían las aguas destinadas al consumo humano y al riego de las abundantes
huertas que existían dentro del casco urbano, sobre todo en el Albaicín, así
como encargarse de la distribución del líquido elemento para que llegara a
todas las partes por igual. En principio parece una profesión
muy humilde la suya, pero en la abundante literatura disponible sobre las aguas
de Granada es fácil encontrar pasajes en los que nos describen al cañero
(véanse los versos que van delante) como alguien a quien más valía tenerlo de
tu parte porque en su mano estaba que tuvieras agua o no, una especie de
autoridad urbana, bien considerado y remunerado, y encuadrado en una facción a
la que era difícil acceder pues lo normal era que la profesión fuera
hereditaria. Algunos autores afirman que los cañeros formaban una especie de
masonería consciente de la importancia de su labor, de lo que se aprovechaban
para obtener ventajas frente a los demás mortales. A este fontanero castizo nos
lo representan los que lo vieron en acción perpetuamente remangado y arrodillado
junto a los cauchiles, trasteando en el interior con su mano o ayudándose de
largas cañas para taponar mediante estopa o trapos viejos determinados
conductos y a la vez liberando otros para que el agua fluyera hacia un huerto,
un aljibe o una tinaja determinada (las tinajas para el agua de beber, de barro
cocido y con capacidad para varios miles de litros, eran una especie de
cisterna particular con que contaban casi todas las fincas del casco antiguo de
Granada, situadas bajo las escaleras o enterradas en el suelo junto a los
cimientos, dejando a la vista sólo la boca del recipiente). Los cañeros eran
los herederos de los zanaguidles,
oficio equivalente entre los moriscos, y resultaban imprescindibles para que el
agua llegara a todas las partes de la ciudad.
Aljibe de Trillo |
Efectivamente, la labor de los
cañeros era de gran importancia porque, en el desarrollo de su oficio,
transmitido de padres a hijos, eran los únicos capaces de desenmarañar el
inmenso dédalo de cauchiles, partidores, ladrones, alquézares, atarjeas,
atanores, azacayas, azacayuelas, acequias, darros y demás, que componían la red
de distribución de aguas y saneamiento de Granada desde el tiempo de los moros,
red que con muy pocas variaciones llegó hasta la mitad del siglo XX. Se diría
que los cañeros, personas por lo general poco instruidas, conocían y manejaban
como nadie sin embargo las leyes físicas de Pascal y los principios de la hidrostática.
Para la Real Academia, la
palabra cauchil proviene del árabe
clásico qawcil, diminutivo de la
mozárabe kawc, que a su vez
provendría de la palabra latina calix
(cáliz, copa), y en castellano significa arqueta, o sea, casilla o depósito
para recibir agua y distribuirla. La entrada del diccionario viene precedida de
la abreviatura “Gran.”, es decir, se
trata de una palabra que sólo se usa en Granada. Otra palabra, también de uso
muy corriente en Granada, darro, como sinónimo de cloaca, que designa una
tubería de evacuación de aguas negras, no viene en el diccionario.
Y es que el
agua de Granada, tan alabada por los viajeros por su abundancia y calidad,
había llegado al siglo XX en lo que se refiere a su captación, distribución y
saneamiento casi en el mismo estado en que la dejaron los musulmanes. La mayor
parte del agua, también la de más calidad que se consumía en Granada, procedía
de la fuente de Aynadamar, en Alfacar, canalizada por la acequia del mismo
nombre, y llenaba los muchos aljibes (que afortunadamente aún se conservan) de
los que se abastecía todo el alto Albaicín, el Sacromonte, Cartuja y San Juan
de Dios; los barrios bajos (Albaicín bajo, Plaza Nueva, La Churra, Reyes
Católicos) la tomaban del Darro a través de las acequias de Santa Ana (por la
margen izquierda) y San Juan (por la derecha) e iban a llenar las tinajas o
aljibes particulares con que contaban la mayoría de las fincas urbanas; y por
el Realejo y por la zona de la Virgen de las Angustias y Salón, el agua
procedía del Genil, conducida por las acequias del Candil (o Cadí, a más
altura) y Gorda (o Real, para la zona baja). Aparte, otras zonas como San
Lázaro disponían de manantiales propios. Además existían muchas fuentes
(Avellano, Salud, Agrilla, San Vicente, el aljibe de la Alhambra, aunque éste
no es propiamente un nacimiento) de las que se extraía agua destinada a la
venta callejera o a suministro domiciliario mediante acarreo. Así que, lo mismo
que cuando los moros, a mediados del siglo XX, miles de granadinos consumían
agua estancada y no sometida a control sanitario alguno.
Interior del gran aljibe de la Alhambra |
La red de
distribución de agua potable y saneamiento que dejaron Boabdil y los suyos fue
en su día y durante varios siglos algo sin igual en todo Occidente, dice
Joaquín Bosque Maurel en su Geografía
Urbana de Granada. Pero a las alturas de 1944 esa red estaba bastante
deteriorada ya que la mayoría de las cañerías para agua potable y para salida
de aguas residuales, los atanores, de barro cocido, tenían varios siglos a sus
espaldas, y enterrados como estaban bajo las calles, a muy poca profundidad y a
muy poca distancia unos de otros, las roturas eran muy frecuentes y la mezcla
de aguas bebestibles con aguas negras estaban a la orden del día. El cañero era
el único que podía remediar el desaguisado. Mientras venía o no… Entre el cieno
y los residuos orgánicos que arrastraban las aguas por las acequias, las
mezclas sucias de líquidos y que el agua estancada produce gusarapos, los
problemas sanitarios eran algo común de forma estacionaria en nuestra Granada.
No han pasado tantos años desde entonces y seguramente quedan todavía
muchísimas personas que lo recuerdan porque vivieron este estado de cosas que
hoy puede parecer más propio de siglos atrás.
Por todo eso,
en el verano de 1944 la noticia de alcance ciudadano de más relieve es que
dentro de muy poco -¡por fin!- va a llegar a toda Granada y sus barrios el agua
potable y el alcantarillado. Que sepamos, era ésta una cuestión, la falta de
adecuadas infraestructuras de saneamiento y sus posibles soluciones, de la que
venía hablándose en Granada desde hacía casi un siglo y que a estas alturas de
1944, aunque algo se había hecho en años pasados, aún seguía sin resolver.
Aparte de acabar con un terrible problema de salud, estaba también el factor
económico, porque a pesar de que las guerras habían disminuido considerablemente
el número de viajeros y el turismo en nuestra tierra estaba todavía lejos de
alcanzar la enorme importancia que para su economía tiene en la actualidad, ya
tenía desde antes de la Guerra Civil el suficiente peso en la vida de la ciudad
y no era cuestión de seguir apareciendo en las guías turísticas como un sitio
al que para ir era prudente adoptar precauciones y sobre todo evitar beber el
agua que consumían los naturales, so pena de que las vacaciones granadinas se
convirtieran en una tortura o incluso fueran las últimas del desprevenido
turista. Diarrea del viajero o diarrea
granadina (la venganza de Moctezuma
por otro nombre) y hasta algo más grave pues podía ser mortal, las fiebres
tifoideas y otras dolencias más africanas que europeas, no eran precisamente
atractivos que ofertar a los guiris junto a nuestros monumentos, únicos en el
mundo entero, eso sí. En agosto de 1944 la prensa local anuncia que en la
Lancha de Cenes está a punto de terminarse una planta potabilizadora que
garantice la pureza de las aguas destinadas al consumo de Granada, y se espera
que para final de año esté terminada y a pleno funcionamiento.
Aguadores en calle Reyes Católicos |
Pero, como es
costumbre en Granada cuando de la ejecución de una obra pública se trata,
todavía habrían de pasar seis largos años, 1950, para que la planta de la
Lancha y toda la infraestructura de tuberías necesarias estuvieran a pleno
rendimiento y para que el agua potable y el alcantarillado llegara a casi toda
la ciudad. Casi toda la ciudad –decimos- porque en el Albaicín tuvieron que
esperar algún tiempo más, hasta 1954, año en que se clausuraron todos los
aljibes. En 1950 se puso fin a la leyenda negra de las aguas granatensis y
desde entonces gozamos de un agua ciertamente de calidad, y las infecciones
debidas a la ingesta de aguas corrompidas sólo son un triste recuerdo del
pasado.
Algunos
modestos oficios directamente relacionados con la muy peculiar forma de
distribución del agua en nuestra tierra desaparecieron con la llegada del agua
potable, como los acequieros y los aljiberos, y también los galapagueros,
personajes que vendían de forma ambulante galápagos vivos para echarlos en las
tinajas y que se encargaran de alimentarse con los muchos bichejos que en esos
depósitos estancos se criaban. Y con ellos los muy retratados aguadores que con
burro o a pie daban una nota de colorido al paisaje urbano de Granada, aunque
éstos últimos duraron todavía hasta bien entrados los años sesenta. La misma suerte corrieron, claro está, los
castizos cañeros aunque, repasando la prensa, en una fecha tan posterior como
agosto de 1954 podemos leer en la sección de sucesos de Ideal que un cañero fue
atropellado y resultó herido grave en el Campillo cuando de madrugada,
agachado, manipulaba en el interior de un cauchil en el desempeño de su
cometido. El coche causante de las heridas no se detuvo y por testigos
presenciales se cree que era una “rubia”, nombre popular de unas camionetas de
diseño y fabricación nacional, de marca Eucort (Eusebio Cortés) que
tenían parte de su carrocería en madera. El cañero atropellado, de 49 años,
responde al nombre de Joaquín Arcolla Cabezas. Debía de tratarse de un hermano
de aquel Juan Arcolla (o Arcoya) Cabezas, fusilado junto a García Lorca en
1936.
Enfermos de Cólera |
En los tiempos del
cólera
Las redes de distribución de aguas para
consumo humano que idearon los nazaríes llegaron hasta bien entrado el siglo XX
a pleno funcionamiento. No hay
constancia histórica de infecciones causadas por este sistema de captación y
distribución de aguas hasta el siglo XIX, al menos no hay registros de grandes
epidemias anteriores al XIX. Pero se ve que para entonces, por un mantenimiento
deficiente a lo largo de los siglos, ya el estado de conservación de las
tuberías y los depósitos no era el más idóneo. Así, en el XIX nace la leyenda
negra de las aguas granadinas, especialmente entre los viajeros que nos
visitan. Es el temido tifus granadino,
que dicen que lo contraen los forasteros al beber el agua que los naturales
consumen sin problemas al estar ya inmunizados. Ese tifus penibético o tifus
abdominal (fiebre tifoidea, hablando con más propiedad) podía resultar mortal y
cada año, sobre todo en verano, se cobraba unas cuantas vidas, pero en
cualquier caso nada tenía que ver esta enfermedad con el brote epidémico de
tifus exantemático que a principios de los años cuarenta del siglo XX también
se llevó por delante a unos cuantos cientos de paisanos: el piojo verde (se
contrae por la picadura de un insecto parásito: piojos, pulgas, garrapatas...)
o tabardillo, mucho más contagioso y mortal.
Claro
que para problema sanitario relacionado con el agua de beber en Granada, hay
que acordarse de la gran epidemia de cólera de 1885. El cólera también se
contrae por el consumo de agua o alimentos contaminados por una bacteria, y
tiene en común con la fiebre tifoidea que ambos males se manifiestan por las
abundantes diarreas que producen en el desprevenido guiri que ha bebido a morro
de una fuente callejera o se ha empinado a caliche el castizo pipo con tapadera
de croché o sin ella. El cólera fue un azote durante el XIX en todo el mundo,
también en Occidente. En España hay registradas cuatro grandes pandemias
decimonónicas: 1833-34, 1854-55, 1865 y 1885, que acabaron con la vida unas
800.000 almas entre la cuatro, teniendo en cuenta que a finales del siglo XIX
nuestro país lo poblaban unos 12 millones de habitantes. Se considera que la
bacteria que produce la infección no es autóctona sino que la traían los
viajeros procedentes de regiones ya invadidas, y que su punto de origen inicial
estaba en la India, pero no cabe duda de que las pésimas condiciones de higiene
de las ciudades -donde más mortalidad causó- y el mal estado y la falta de
salubridad de sus redes de aguas, favorecían el rápido progreso del mal.
Poco podían hacer las autoridades para evitar la epidemia |
La
ciudad de Granada fue una de las más castigadas por la de 1885, la última de
las pandemias de cólera morbo asiático que asolaron España. Los invadidos
fueron algo más de 10.000 paisanos, de los que murieron unos 5.500, a los que
habría que sumar otras 7.200 muertes en la provincia, de casi 20.000
invasiones. Por entonces Granada capital tenía una población de aproximadamente
80.000 habitantes y algo más de 400.000 la provincia. “El terrible azote del
Ganges” afectó tanto a pobres como a ricos, pero claro, de éstos últimos todos
los que pudieron huyeron a lugares más seguros, viéndose muy concurridos los
balnearios de la provincia de Jaén, donde la epidemia tuvo menor virulencia. El
número mayor de infestados y víctimas mortales se dio entre los menos
favorecidos, que vivían hacinados en casas muy deficientes y rodeados de toda
clase de detritus puesto que no existía en Granada servicio alguno de recogida
de basuras y los darros de muchos edificios vertían directamente a la calle. La
costumbre por entonces era tirar los desperdicios, incluidas aguas menores y
mayores, por la ventana y sin más a la furcia
rué o, haciendo un gran esfuerzo, acercarse al Darro y verter en su cauce.
Para hacernos
una idea de la terrible experiencia que nuestros tatarabuelos tuvieron que
padecer contamos con un testimonio de primera mano en la pluma de Luis Seco de
Lucena, quien en su Mis memorias de
Granada cuenta que la epidemia empezó el 7 de julio, cuando se dio el
primer caso en la persona de un militar trasladado desde Valencia, que murió en
su domicilio de Pavaneras 5, y a los pocos días ya se contaban por cientos las
infecciones precisamente en las zonas más céntricas de la ciudad, y el punto
álgido del contagio se dio el 13 de agosto, día en el que fueron más de 500
cadáveres los conducidos al cementerio. Según Seco de Lucena, los negocios se
paralizaron, las calles quedaron desiertas y los pocos transeúntes se rehuían
unos a otros; por todas partes se oían lúgubres lamentaciones que salían de los
edificios y el llanto y la miseria invadían los hogares… También refiere Seco
el terrible espectáculo cotidiano de sendas pilas de cadáveres en Plaza Nueva,
a un lado y otro de la entrada de la cuesta de Gomérez, esperando a ser
recogidos y subidos al cementerio, unos tétricos montones que algunos días
superaban la cincuentena de fallecidos.
Además
de los diarios El Defensor y La Lealtad, también circulaba en Granada
otro periódico, El Contribuyente (se
publicaba cada cinco días). En su número de 16 de agosto y con la firma de
Francisco de Paula Valladar podemos leer: «Días ha que nuestra ciudad no puede
presentar aspecto más imponente; la ausencia de todo el que ha podido
abandonarnos, dejando al que menos tiene luchar con el mal, se deja sentir en
las calles y paseos, que permanecen desiertos gran parte del día; las tiendas
sin venta alguna, ciérranse en evitación de gastos; los talleres abandonados;
las farmacias atestadas de gente que tiene que tomar turno para su despacho, y
el paso continuo de camillas y carros con hacinados cadáveres, es todo lo que
hoy ofrece la ciudad de las mil torres.»
De
las hemerotecas extraemos el dato de que, por miedo al contagio, nadie quería
encargarse de la agotadora labor de conducir a los fallecidos a enterrar ni de
abrir las fosas, así que hubo que emplear en esos cometidos a los reclusos del
penal de Belén, vigilados de cerca por la Benemérita. En los carros tirados por
bestias iban los cuerpos amontonados de cualquier manera, por supuesto sin
ataúd ni ninguna otra medida, siendo frecuente que algunos fiambres se cayeran
en plena cuesta de Gomérez sin que el transporte se detuviera y esto provocara
algún altercado con los vecinos de la zona. Así hasta que se decretó que los
finados fueran llevados al cementerio sólo por la noche. Un cementerio de San
José en el que no se daba abasto y encima su conserje hizo negocio (hasta que
fue despedido) con los enterramientos, cobrando por dar prioridad a unos sobre
otros con el resultado de que muchos cadáveres permanecían varios días
insepultos y sometidos al implacable sol granadino de agosto.
Los cadáveres se hacinaban en los carros |
Alcalde
de nuestra ciudad era el conservador Rafael de Garay y Mendoza (del partido que
gobernaba en Madrid, el de Cánovas, quien, por cierto, de su bolsillo aportó
5.500 reales (1.375 ptas; 8,25 €) para las listas de suscriptores con que
paliar de algún modo las desgracias), regidor a quien El Defensor acusa de
“machacar en hierro frío”, es decir, de haber tomado unas medidas del todo
insuficientes y tardías de cara a prevenir lo que se venía encima. Garay fue
depuesto por el ministro de Gobernación, Raimundo Fernández Villaverde, que
visitó Granada unos días en agosto, y el Ayuntamiento quedó regido por una
comisión presidida por su correligionario y diputado a Cortes Eduardo Rodríguez
Bolívar. Una de las medidas de prevención que se le sugerían al alcalde desde
El Defensor, y que aquél no adoptó, era la urgente reparación de las muchas
cañerías rotas por toda la ciudad que hubieran evitado la habitual mezcla de
aguas limpias y negras, causa de muchísimas infecciones.
También
resulta curioso leer los posibles remedios que publica la prensa de la época
para tratar de atajar una enfermedad cuyos primeros síntomas se caracterizan
por: demacración, la nariz se alarga, las orejas se van hacia atrás. Métodos
tan peregrinos como lo que dice un médico inglés, según El Defensor: para
prevenir el contagio, basta con llevar una moneda de diez reales en el zapato.
También se recomienda: tres inyecciones (a la vez) de fenato de quinina y otra
de cloruro de pilocarpina. O bien, tintura etérea de valeriana, tintura de nuez
vómica, tintura de árnica, de opio y de acónito, todo mezclado con vino
generoso. Otro: fricciones de aguarrás y amoniaco mezclados; fumigaciones con
azufre y nitro. Ahora bien, para curar nada como el láudano líquido de
Sydenhann (tintura de opio con vino de Málaga, azafrán, canela y clavo era su
composición). Los enfermos debían guardar cama y arroparse bien para sudar
cuanto más mejor (en plena canícula). Mientras tanto en las calles de Granada
ardían permanentemente hogueras improvisadas a base de azufre y de alquitrán
porque se pensaba que la enfermedad se contagiaba por el aire y la combustión
alejaba los efectos miasmáticos de la infección. Lo más curioso es que no hacía
ni un año el médico catalán Jaume Ferrán había descubierto una vacuna contra el
cólera que había dado buenos resultados en Valencia pero, no está muy claro por
qué razón, el gobierno había prohibido su utilización, así que nuestros
ancestros sólo tenían a su alcance para luchar contra la epidemia los escasos
conocimientos médicos y farmacéuticos de la época sobre esta terrible
enfermedad. Desde luego, a fínales del XIX la farmacopea y la sanidad española
estaban muy lejos de su situación actual. Hoy el cólera se previene con la
vacunación y se cura fácilmente con sueros que eviten la deshidratación, que es
en definitiva la causa del rápido fallecimiento de los contagiados, y la
infección se supera con antibióticos. Pero faltaban muchísimos años para que
éstos se conocieran.
Distintos anuncios en la prensa de la época sobre remedios contra el cólera |
En
plena pandemia, mediados de agosto, un acontecimiento vino a perturbar aún más
la ya de por sí alterada paz ciudadana al desatarse la llamada Crisis de las
Carolinas, cuando la Alemania del káiser Guillermo I y del canciller Von
Bismark arrebató de hecho a España una de las pocas colonias que le quedaban de
un imperio en el que siglos ha no se ponía el sol. Las Carolinas,
archipiélago al noreste de Filipinas, estaban bajo soberanía española desde
cientos de años atrás (el nombre le viene del rey Carlos II), pero esa soberanía
era puramente formal puesto que su territorio nunca fue ocupado ni se
estableció en él una colonia española. Esa circunstancia fue
aprovechada por el imperio alemán para ampliar sus posesiones al considerar
aquellas islas como res nullius. A
punto estuvo de provocar el incidente una guerra hispano-germana que no llegó a
desatarse y que se resolvió con la intermediación del Papa León XIII, pero esto
ocurrió ya en diciembre de 1885, volviendo las islas Carolinas a la corona
española a cambio de concesiones a los alemanes de pesca y comercio y de cederles
las Islas Marshall. Mientras tanto, la embajada y algunos consulados alemanes
fueron asaltados por manifestantes furiosos a lo largo de todo el territorio
nacional. También en Granada, a pesar del estado de postración en que se
hallaba la ciudad, hubo una gran manifestación –pacífica- el día 30 de agosto que
movilizó a unas 6.000 personas. La Crisis de las Carolinas fue un aperitivo de
lo que finalmente acabó ocurriendo en 1898.
Nefasto,
apocalíptico, año para la provincia de Granada fue el de 1885. Aparte de la
gran epidemia de cólera morbo del verano, pocos meses antes pueblos enteros de
la comarca de Alhama habían sido completamente devastados por el terremoto de
la Navidad de 1884 y eran en esos momentos sólo un montón de escombros. Algo
más de mil personas murieron por causa del seísmo de Arenas del Rey y más de
10.000 quedaron sin un techo donde resguardarse. Así que a una gran desgracia
vino a unirse otra aún peor.
A finales de
agosto empezó a remitir la epidemia y ésta no se dio por extinguida hasta
mediados de septiembre. Fue el verano de 1885 una pesadilla difícilmente
olvidable en nuestra tierra.
El doctor Ferrán inventó una vacuna contra el cólera, pero su utilización fue prohibida por el gobierno de Madrid |
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