Millán,
Albety y González, una de las mejores coberturas de toda la historia
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Batalla
ante el Sevilla
Después
de apalizar al Barcelona en Los Cármenes y conseguir la primera
victoria lejos de Granada de máxima categoría, en La Coruña,
continúan los resultados positivos, enlazando por única vez en el
campeonato tres victorias consecutivas al vencer en la siguiente
jornada en Los Cármenes 3-2 al Sevilla. Fue un partido muy bien
jugado en la primera mitad por el Granada, que se retiró al descanso
venciendo 3-0 con dos goles de Trompi de cabeza y uno en propia
puerta del sevillista Ricardo, pero que en la segunda parte se
convirtió en un continuo encontronazo de jugadores de uno y otro
bando, con palos de los sevillanos (según la prensa local) a
discreción para todos, y terminado en medio de una bronca
monumental.
Para los plumillas
granadinos, el culpable de lo mucho reprochable que se vio fue el
árbitro Ocaña, sevillano y ex jugador del Sevilla, que permitió a
los forasteros, especialmente a Campanal, Ricardo y Salustiano,
repartir todo lo que quisieron. Para Cirre en Patria, Salustiano y
Campanal patearon a modo a Alberty cuando estaba caído sobre el
césped hasta dejarlo inútil, con una pierna que arrastraba por el
suelo ante la complacencia del referí; y el colmo fue cuando con el
tiempo cumplido señaló el árbitro un penalti en contra del Granada
en una falta que debía haberse señalado justamente al revés, dice
Cirre; el disparo desde los once metros de Félix, ante el que nada
puso hacer un inmovilizado Alberty, supuso el segundo tanto
sevillano, y ahí acabó el partido, en medio de un pita descomunal y
una lluvia de todo tipo de objetos.
El Comité de
Competición de la Federación Española de Fútbol decidió días
después imponer al Granada una multa de 5.000 ptas. «…por el
comportamiento agresivo y hostil del público, que lanzó piedras y
almohadillas contra el árbitro a la terminación del primer tiempo y
durante la segunda parte, lo que motivó la suspensión temporal del
juego; y por no haber adoptado el club las medidas necesarias para
impedir el lamentable espectáculo de que el árbitro no pudiera
abandonar el campo sino hasta tres horas después de finalizar el
partido ante el peligro de ser nuevamente agredido. Además se pasa
nota a la superioridad de la improcedente intervención de una
autoridad extra-deportiva que irrumpió en el terreno de juego para
formular observaciones al árbitro» (al parecer, se trataba del
directivo Santiago Sánchez, delegado de campo).
El Granada 3 Sevilla 2 versión Maolico Hincha |
En cuadro
para Oviedo
Después
de la batalla frente al Sevilla, para viajar a Oviedo al domingo
siguiente hay varios lesionados. Sierra y Liz están tocados, y el
que más preocupa es Alberty, muy mermado, al que se tiene pensado
someter a “corrientes” al paso por Madrid. Como no está muy
claro que pueda jugar, viaja también Floro, que podría incluso
actuar en Oviedo de extremo izquierdo si no se recupera Liz.
Finalmente sí jugaron Alberty, Sierra y Liz, pero no pudieron evitar
la derrota, 3-1, en el Buenavista ovetense.
La derrota en Oviedo fue
la última de la liga, pero también fue aquel partido el último de
su vida para Alberty. Pocos días después se publica que Alberty
sufre fuertes fiebres, motivadas por un gran catarro, y que no jugará
contra el Castellón, el siguiente rival en Los Cármenes, que vendrá
dentro de dos semanas porque en medio hay un parón para que nuestra
selección juegue un amistoso en Sevilla contra la Francia de Vichy.
Récord
histórico
Para
recibir a los de La Plana el club establece un suplemento de dos
pesetas los socios de tribuna y una el resto para pagar la multa de
5.000 que dejó el partido frente al Sevilla. Arbitrará Escartín,
por lo que la prensa aprovecha para recordar que fue el árbitro
internacional el que inventó el apodo de “once fantasma” para
referirse al Recreativo de 1934 en su columna semanal de la revista
Campeón. Fue un mote que cayó bien en nuestra tierra y se
utilizó con orgullo.
César soldado de Infantería y récord histórico con seis goles al Castellón |
El partido frente al
Castellón supuso otra victoria más por goleada, 7-3. Ese día, 22
de marzo de 1942, un jugador rojiblanco, César, consiguió un récord
que sigue vigente en la actualidad, aunque en realidad César lo que
hizo fue igualar una marca que databa de 1933 y que a día de hoy
todavía no ha sido batida, la del mayor número de goles por un
jugador rojiblanco en un partido: seis (Trompi hizo el otro). En esos
momentos algunos se acordaron de los comentarios negativos que le
dedicaron los plumillas locales en los primeros partidos del
campeonato. Es un récord compartido por Carmona I y César. En 1933
Pepe Carmona marcó seis goles al Jerez (del total de 11) en el campo
de las Tablas en un partido de liguilla de ascenso a Tercera
División. En 1942 César hizo también seis goles del total de siete
que se llevó el Castellón en la jornada 24 de la liga de Primera
División, aunque en honor a la verdad hay que decir que, según
Patria, fueron sólo cinco los que hizo “el pelucas”. Con sus
seis goles volvió a colocarse el segundo en la tabla de goleadores,
con 23, sólo superado en dos por el valencianista Mundo. Incluso su
nombre sonó como posible seleccionable. Pero César ya no volvió a
golear en los dos partidos que faltaban y como vicepichichi acabó la
liga.
Empate en
Bardín
La
última salida en liga llevó al Granada al Bardín del Alicante (el
Hércules), ocupando la plaza de descenso que quedaba libre; la otra,
la de colista, ya se la había adjudicado en propiedad la R.
Sociedad, descendido matemáticamente. El Granada llegó a tener una
ventaja de 0-2, pero la furiosa reacción de los locales, que se
jugaban la vida, determinó un empate final a dos goles. Con ese
punto el Granada seguía ocupando el puesto 10º de la clasificación,
cosa que no servía para dejar atrás al Oviedo, empatado a puntos
con los nuestros pero con el golaveraje perdido, situado el 11º, en
puesto de promoción, que era el único que todavía podía
inquietarnos. Era necesario por tanto ganar en la última jornada al
Español en Los Cármenes. La directiva volvió a decretar la
concentración pre partido de los jugadores, esta vez en un hotel de
la Alhambra, como cuando hacía ahora un año nos preparábamos para
jugar liguilla de ascenso.
Los gnomos de la Alhambra esperando a recibir al Español, caricatura de López Sancho en Patria |
Permanencia
conseguida
Finalmente
hasta la derrota hubiera valido para conservar la categoría sin más
trámite ya que el Oviedo perdió su partido en La Coruña, pero un
Granada que había llegado al sprint final pletórico consiguió una
nueva goleada, 4-0 sobre el Español con que rematar brillantemente
su primera participación en máxima categoría el domingo 5 de abril
de 1942, al año justo menos un día de conseguir el ascenso a
Primera en el Sequiol.
Las
cosas no empezaron bien, con César pronto inutilizado al sufrir
luxación de hombro y pasar del eje del ataque a un extremo, que era
en aquellos tiempos sin posibles cambios de jugadores la solución
más utilizada cuando alguien se lesionaba y quedaba como figura
decorativa, situándosele donde menos estorbara a sus compañeros.
Luis Marín, su relevo, volvió a ofrecer una magnífica actuación y
como ariete consiguió dos goles (Bachiller y Liz completaron el
score). Hubo fiesta en Los Cármenes y Paco Bru fue paseado a
hombros entre las aclamaciones de la hinchada.
En Los Cármenes posan: Sosa, Trompi, Bonet, Muñoz, Cholín, Benítez y Floro; con Maside, Millán, Gárate y César |
Muerte de
Alberty
El
mismo día del partido frente al Español los periódicos publicaban
que Alberty estaba gravísimo, en estado desesperado, y le había
sido administrado el Viático.
Desde hacía casi un
mes, después del partido en Oviedo, el último de su vida
(curiosamente su partido de debut rojiblanco fue también frente al
Oviedo), se habían venido publicando en prensa noticias periódicas
sobre el estado de salud del guardameta magiar. Primero se había
dicho que lo que padecía era un fuerte catarro. Poco después
conocíamos que su estado se había agravado y que existía peligro
de peritonitis, y que ya no podría volver a jugar esta temporada en
los dos partidos que faltaban. Todo en medio de noticias sobre
ligeras mejorías y recaídas en su estado general. Así hasta que el
10 de abril nos desayunábamos con la triste noticia de que Alberty
había muerto a las 6,25 de la tarde del día anterior en el hospital
de la Purísima. No había resistido la congestión broncopulmonar
que le sobrevino tras ser intervenido quirúrgicamente de la
perforación intestinal que había sufrido. Según Patria, todo lo
provocaron unas fiebres tifoideas.
Tumba de Alberty en el cementerio de San José, regalada a perpetuidad por Gallego Burín |
Una
enfermedad infecciosa de origen alimentario, fiebre tifoidea causada
por la bacteria salmonella typhi o bacilo de Eberth,
fue la causa de la muerte del guardameta Alberty. Sobre lo que no hay
seguridad es sobre el agente que se la provocó. Todo parece indicar
que la contrajo cuando viajó en solitario a Vigo para estar con su
familia, adelantándose al resto de la expedición granadinista que
tenía que jugar en La Coruña. En Vigo parece ser que consumió
marisco contaminado con la bacteria y de allí se vino con la
enfermedad en incubación, una enfermedad que, por otro lado, parece
ser que tardó más de lo conveniente en serle diagnosticada y
tratada. También hay quien dice que lo que provocó las fiebres fue
el agua no clorada que se consumía en Granada antes de que la
corriente llegara a toda la ciudad, como ocurría en aquellos años,
un agua no potable que no afectaba a los granadinos, inmunizados,
pero sí a los forasteros. A día de hoy es difícil que alguien que
ha contraído la infección acabe muriéndose, pero la penicilina,
que llegaría poco tiempo después, todavía no se conocía por estas
tierras.
Alberty fue a morir casi
sobre el mismo terreno de juego, como aquel que dice, y esto hizo que
sobre las causas de su muerte se trenzaran en el imaginario popular
unas cuantas leyendas que carecen de fundamento pero que sustentaron
cierta imagen del magiar como una especie de héroe romántico que se
ha mantenido a lo largo de los años y ha llegado hasta los tiempos
actuales. La que uno escuchó de pequeño más veces es la que
mantenía que lo que llevó a Alberty a la tumba fue la bestialidad
del stuka Campanal en aquel partido-batalla de Los Cármenes
frente al Sevilla, que ganó el Granada 3-2 y en el que hubo palos
para todos, el siguiente al de La Coruña, casi un mes justo antes de
su muerte; en aquel partido en el que Alberty salió cojeando, el
delantero sevillista Campanal, prototipo de ariete acometedor, tuvo
numerosos choques con nuestro portero, que tampoco era un tipo que se
arrugara, y a la postre, esos encontronazos habrían sido los que le
causaran graves heridas internas de las que habría derivado el fatal
desenlace. Una variedad de esta leyenda urbana dice que fueron, sí,
las heridas internas las que le causaron la muerte, pero que esas
heridas las habrían motivado los cañonazos que Campanal prodigaba y
que Alberty rechazó con el cuerpo en no pocas ocasiones.
Otras leyendas menos
épicas atribuyen la muerte de Alberty a un mal muy de la época
junto a las terribles hambres (o a causa de ellas), el tifus
exantemático, muy contagioso y causado por un parásito, el piojo
verde o tabardillo, que era una auténtica epidemia en unos años de
escaseces de todo tipo y en los que por no haber no había ni jabón
que sirviera para prevenir este tipo de enfermedad, más propia del
África profunda.
Alberty en el Sequiol de Castellón |
Y es
que Alberty tiene mucha “literatura”. Son varias, como vemos, las
leyendas urbanas (como ahora se conocen los mitos) que nacieron
cuando su muerte. Pero es que en el caso del húngaro no se detienen
en esa defunción y sus causas, porque hay varias más que se
refieren a su forma de desenvolverse dentro del terreno de juego: que
si era un acróbata que volaba y que se subía al larguero para desde
allí lanzarse a detener los penaltis en contra, que si era capaz de
regatear a medio equipo contrario y llegar con el balón a la otra
portería, como años después sí que vimos hacer a Ñito, que si
podía beberse el zumo de cinco kilos de las naranjas con que los
hinchas le obsequiaban, y otras.
En
el momento de su muerte era Alberty muy popular en Granada, no sólo
entre la gente futbolera, y se puede hablar de la gran conmoción que
su fallecimiento provocó en toda la ciudad, que acudió en masa al
funeral de dos días después en la iglesia de San Justo y Pastor.
El Ayuntamiento tiempo después regaló a perpetuidad el nicho que en
el cementerio de San José sigue hoy acogiendo sus restos.
Era
tanta su popularidad y significó tal mazazo su muerte que en seguida
se dieron a conocer distintas iniciativas para perpetuar su memoria.
Entre ellas destacó la que un aficionado granadinista hizo llegar
por carta a los diarios, proponiendo que detrás de la portería de
la cárcel se plantara en su recuerdo un naranjo, ya que tanto le
gustaban a Alberty las naranjas y era en esa portería donde mayor
número recibía de la hinchada.
Esquela de Alberty |
Auxilio Social
Para la visita del Madrid y del Barcelona y
otros equipos a Los Cármenes no se puede hablar de suplemento a pagar (también
los socios) por todo el que quisiera ver el partido como si fuera día del club
(que todavía no se había inventado), pero, según informa Ideal, para poder
acceder al campo será necesario adquirir previamente el emblema de Auxilio
Social, que será exigido en la puerta y deben mostrarlo tanto los socios como
los no socios.
Los
emblemas de Auxilio Social consistían en unos rectángulos de cartulina, de
tamaño algo mayor que un sello de correos, que llevaban adheridos una solapa
para poder fijarlos a la ropa de manera que estuvieran visibles. Cada quince
días se llevaba a cabo una cuestación callejera de Auxilio Social en la que, a
cambio de un mínimo óbolo se obtenía el emblema, obligatorio para todo el mundo
(excepto obreros en paro) e imprescindible para poder acceder a espectáculos,
restaurantes, bares y similares, negándose la entrada a quien no lo hubiera
adquirido. Con los 30 o 50 céntimos o una peseta que costaba cada uno de esos
emblemas, conocidos popularmente como “chapas”, se financiaba Auxilio Social
(la versión española del nazi Auxilio de Invierno), una institución
asistencial y de beneficencia creada durante la Guerra Civil y que pertenecía a
la Sección Femenina de Falange. Su fin era atender a los muchos menesterosos
que dejó la contienda.
En
la actualidad estos emblemas son objeto de colección, como puedan serlo los
sellos de correos o las monedas, ya que durante aquellos años se emitieron
infinidad de modelos ilustrados con dibujos de colores que trataban de los más
variados temas, a menudo relacionados con las distintas provincias españolas y
su heráldica y folklore.
Distintos emblemas de Auxilio Social. Sin ellos no había fútbol |
Otra
forma de financiarse Auxilio Social era la llamada “Ficha Azul”, que consistía
en una suscripción voluntaria por la que
empresas o personas bien situadas económicamente se comprometían a entregar una
cantidad fija todos los meses. Pero la voluntariedad primera devino andando el
tiempo en obligatoria, y así, cuando los suscriptores se hacían los remolones a
la hora de retratarse, venían las sanciones impuestas por el gobernador civil y
publicadas en prensa para escarnio de los agarraos.
Ejemplo es lo que publica Ideal el 19 de marzo de 1942: «Nota del Gobierno
Civil de la Provincia: Por negarse a pagar la Ficha Azul que voluntariamente
tienen suscrita, no obstante disfrutar de desahogada posición económica, han
sido sancionados con las multas que se indican los siguientes vecinos de La
Peza…», y viene a continuación una relación en la que aparecen más de veinte
nombres a los que se han impuesto sanciones que oscilan entre las 80 y las 40
pesetas.
En principio no había sido previsto como fuente de financiación de
Auxilio Social pero andando el tiempo también acabó siéndolo -al menos en
parte- lo que se conoció como “día del plato único” y su segunda versión, el
“día sin postre”. En esos días las familias en sus comidas se abstenían de una
parte de su condumio y la suma así ahorrada debían entregarla al Estado para
que éste lo dedicara a fines asistenciales. A imitación de la Alemania nazi, en
plena guerra y como subsidio al combatiente había sido instaurado el día del
plato único al principio sólo para los restaurantes y casas de comidas, que los
días 1 y 15 de cada mes servían en sus menús un único plato, aunque cobraban
como si hubiera sido completo, y lo cobrado de más tenían obligatoriamente que
ingresarlo en las oficinas establecidas a tal fin en los gobiernos civiles de
cada provincia. Este ayuno impuesto y su correspondiente traducción a dinero
ingresable en oficinas estatales, andando el tiempo fue también obligatorio
para los domicilios particulares, y en su recaudación puerta a puerta se empleó
en algunas poblaciones a los serenos o a los alevines de camisa azul conocidos
como flechas y pelayos. Tratar de escaquearse del pago de esta casera alcabala
nacionalsindicalista, como de cualquiera de las muchas otras establecidas,
podía resultar caro al engurruñío de turno, que se exponía, además de a
una sanción económica del 50 % sobre lo escamoteado, a la posibilidad de ser
expuesto a la vergüenza pública con nombre y apellidos o, peor aún, a quedar
inscrito en las muchas listas negras de desafectos al régimen que circulaban.
Por otra
parte, no deja de tener una gran carga sarcástica el hecho de existir en los
hambrientos primeros años cuarenta y para todas las familias de España, sin
distinción de poderío económico, un día en el que estaban obligadas a comer
sólo un plato, porque para la inmensa mayoría de las familias españolas, día
del plato único eran todos y cada uno de los que componían el calendario... y
eso si es que tenían suerte o eran gentes de posibles para comprar de
estraperlo. Incluso en bastantes hogares eran muchos los días en que los probos
padres de familia hubieran vendido su alma al diablo por tener algo que echarse
a la andorga, aunque hubiera sido un único plato. Quizás por esa razón en enero de 1942 quedó abolido el día del
plato único.
Recibo de haber abonado lo debido por el Plato Único
Raza
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A los cuatro días de la gran victoria 6-0 del
Granada sobre el Barcelona, el 19 de febrero de 1942, algo más de un mes
después de su estreno en Madrid llegaba a Granada, al teatro Cervantes, la
película Raza, dirigida por José Luis
Sáenz de Heredia y protagonizada por Alfredo Mayo y Ana Mariscal.
Desde
semanas antes los diarios locales venían anunciando su exhibición en función de
estreno patrocinada por la Asociación de la Prensa a la que estaba invitada la
mejor sociedad granadina, rogando a los asistentes acudir de etiqueta o
uniforme militar de gala. La cinta se presentaba como «la película nacional por
excelencia» porque «destaca y exalta nuestras virtudes de sangre nunca
mancilladas».
El
teatro-cine Cervantes lució su mejor decoración a base de tapices, macetas,
banderas y gallardetes y grandes rótulos formados con bombillas con la leyenda ¡Franco! ¡Franco! ¡Franco! ¡Arriba España!
Fue un gran acontecimiento de la Granada azul nacionalsindicalista (la única
posible, por otra parte).
La película
cuenta la vida de una familia, los Churruca, y las vicisitudes por las que
atraviesa según los distintos momentos históricos que le toca vivir, desde la
Guerra de Cuba hasta el final de la Guerra Civil, y es una maniquea exaltación
de las virtudes de la raza hispana,
la de los buenos españoles, católicos
y patriotas, que tras verse amenazada finalmente triunfa frente a los malos españoles, los que se han dejado
influir por masones, liberales y marxistas, y asesinan curas y queman iglesias.
Anuncio en prensa de la película Raza |
Lo que no
encontramos en la prensa de entonces, ni en los abundantes anuncios del estreno
ni tampoco en la extensa y entusiasta reseña de ese estreno que en Patria firma
C. Fernández, es mención alguna al autor del guión de la película. Y no figura
el nombre del guionista porque este detalle no se dio a conocer al público
hasta bien entrados los años sesenta. Y resultó que ese guionista no fue otro
que el mismísimo Franco en persona y estilográfica Parker (y algún negro), puesto que se trata de la puesta
en escena de la novela que con el mismo título, Raza, el Caudillo escribió bajo el seudónimo de Jaime de Andrade.
Es una novela que tiene (o pretende tener) bastante de autobiográfica. Los
Churruca son en realidad los Franco, sin que falte el hermano tarambana
(trasunto de Ramón Franco) que al final se redime y muere heroicamente.
Y es que el
Generalísimo tuvo también su vena literaria. Veinte años antes, en 1922, cuando
sólo era el “comandantín” Franco,
firmando con su nombre y apellidos ya había publicado un librillo sobre la
Legión y la guerra de África que se tituló “Diario de una Bandera”, escrito
así, en forma de diario, con prólogo de Millán Astray y que, como el propio
Franco definió, no era ficción, sino que era el «conciso y verídico relato del
Historial de una Bandera» de la Legión, la misma que él como comandante tenía a
su cargo, entre el otoño de 1920, recién fundado el Tercio, y la primavera de
1922, tras la reconquista de los territorios marroquíes perdidos en el que se
llamó Desastre de Annual. Además también firmando con nombre y apellido
fueron numerosas sus colaboraciones en Revista de Tropas Coloniales,
publicación fundada por Franco y Queipo de Llano en 1924.
Por razones obvias, ya no usaría más su
auténtico nombre para sus pinitos literarios o periodísticos. Así, aparte del
seudónimo de Jaime de Andrade con el que firmó Raza, en los años cincuenta y
bajo el alias de Jakin Boor (el seudónimo está inspirado por las dos columnas
que adornan los locales de las logias masónicas y que se señalan con las
iniciales J y B) dio a imprenta otro libro con el título “Masonería”, que es en
realidad una recopilación de artículos aparecidos con esa firma en el diario
Arriba, verdaderas y furibundas soflamas contra los agentes del mal que de
siempre presidieron sus mejores pesadillas: los masones. Unos masones que en
esos momentos, muy a su pesar, gobernaban países o presidían organismos
internacionales. Tampoco se olvidaba el Caudillo en estos escritos de sus otras
obsesiones favoritas: judíos, demócratas, liberales, comunistas, todos
conchabados contra España, a la que querían destruir y mantenían en el
aislamiento.
Otro alias que
alguna vez usó Franco, también en los años cincuenta, fue el de Macaulay, en este caso para arremeter
desde las páginas de Arriba contra la “pérfida Albión” y la visita de la reina
Isabel II a Gibraltar. Otro más fue Hispánicus,
también en sus combativos años cincuenta, ahora para cargar contra los
dirigentes franceses, cuando se estaba fraguando la descolonización del
Protectorado marroquí.
Por último
también sabemos de otro seudónimo usado por el Generalísimo, éste mucho más
doméstico y que desde luego nada tiene que ver con los anteriores. Fue el de Francisco Cofran, que era el nick con el que firmaba semanalmente
desde su mesa camilla de El Pardo los boletos de quinielas de fútbol que
después un propio se encargaba de sellar en el despacho de apuestas
correspondiente. Con su proverbial baraka,
hasta dos veces consiguió un premio importante, se dice.
Portada de la novela Raza que firma Jaime de Andrade
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